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Café


CAFÉ

Los sabores, los olores, son aguijones que nos atraviesan, que con irreverencia despiertan recuerdos y traen al presente retazos de memoria. Llenan la boca y el alma con una mezcla de años pasados y de brisas viejas, que nos transportan y suelen hacernos perder el equilibrio. Cuentan historias, nos comunican con un código humano común, universal e infinito que nos une a la mística de los genes compartidos, cadena ancestral de misterio invisible que liga con las generaciones pasadas.

Lo tomo y me dejo llevar por las sensaciones que me provoca, se conectan mis sentidos y en liviano vuelo siento que viajo, que traspaso tiempo y espacio…que soy parte de algo más grande.

…la mañana es luminosa, la claridad inunda la sala enorme, impecable, blanca hasta el infinito…manteles, cortinas y paredes. Sólo la mesa es oscura, enorme y orgullosa, símbolo de poder y dominio, allí se definen negocios, destinos, la vida y la muerte.

Un imperio construido sobre su grandeza, noble planta que crece generosa desde las entrañas de una tierra fecunda, acunada por soles y lluvias impiadosas que estallan en su interior en frutos plenos. Exquisita parición, hija de un terrón salvaje poblada de inclemencias y desafíos; la selva no es para débiles ni cobardes.

… olor rancio, a excrementos, a herida abierta. A sangre, mosca y gusano… a dignidad mancillada, a cuerpo lacerado por el castigo de la mano que no reconoce humano al hermano de color extraño. Riegan el surco el sudor, las lágrimas y la sangre de aquellos que llegaron hace mucho, robados de su patria, a látigo y cadena. Aquellos que no eligieron, que aún siendo reyes vivieron como esclavos, oliendo a bestia. Pero conservaron su orgullo de guerrero…herencia que nutrió a un continente, que acunó rebeliones y escribió inmortales páginas de nuestra historia.

…sal, agua de mar, piel áspera que se descama reseca, humedad de meses que llega hasta los huesos y un verano desconocido que derrite la nieve del invierno que quedó lejos.

Después de siglos vienen los nuevos, llegan por propia voluntad, o más o menos, cargando como equipaje unos pocos trapos viejos y heridas abiertas. Sus corazones son un amasijo de dolores de guerra, de hambre, de añoranza y de fotos viejas. De promesas hechas al dejar el pueblo, el amor, los hijos a cambio de la esperanza bajo un estrellado cielo. Su música y su sangre corren aun por nuestras americanas venas, porque con los de acá juntaron cuerpos, amores y enlazaron su destino al de la nueva tierra.

El café se acaba, los aromas cesan, solo me queda la tibieza en las manos, como recuerdo de la taza llena. La borra dibuja caprichosas formas en el fondo, como queriendo contar algo más.

Quizás porque su esencia es plena y su historia entre mezcla la de la tierra y la de los hombres… por eso es tan intenso, y por eso transporta y cuenta.

Cecilia Stubichar

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